No las decidimos, las sentimos. Lo que sí podemos decidir es qué hacemos con ellas.
Negarlas o pretender controlarlas no tiene mucho sentido, ya que si están ahí es por algo y si sabemos escucharlas, podemos atender nuestras necesidades mucho mejor.
Las emociones que más negamos son la rabia, la tristeza y el miedo.
De la vergüenza y de la culpa nos solemos esconder, y de compartir la alegría nos solemos olvidar.